martes, 25 de diciembre de 2012

Auroville y Thanjavur


Luego de una semana en Kerala, volvió Juanda al Ashram a recogerme para ir a Auroville. Llegó sin barba, y me costó trabajo acostumbrarme, sentía que viajaba con otra persona. Definitivamente el corte de pelo afecta el comportamiento de las personas (jajaja). 

Cogimos un bus local que nos llevó hasta Bangalore, y nos dejó en la última estación de buses, desde donde nos tomó un rato encontrar la oficina de K.P.N, pues no entendíamos donde quedaba y no había gente que entendiera ingles en las proximidades. K.P.N. es al parecer un modelo de bus, entonces hay una calle llena de oficinas de transporte, y todas se llaman K.P.N. Es muy chistoso.



El caso es que para llegar allá nos toco pasar por lugares bien feitos, con mucha basura, tráfico pesado, olorosos y también un poco oscuro y solo. Juanda venía un poco estresado con el paisaje pero, afortunadamente, el lugar de donde salía el bus tenía una sala de espera. No era una sala de espera como en Colombia, o en otros lugares del mundo. De hecho se veía un poco lúgubre. Un salón en el segundo piso de un edificio viejo, con una luz bien apagada y las paredes pintadas de un verde pastel desvanecido por el tiempo y el mugre. Llegamos con buen tiempo así que nos tocó esperar más de dos horas a que llegara el bus, que además estaba retrasado. El señor que anunciaba los buses que estaban para salir hablaba poco inglés y cuando decía los nombres de los destinos, prácticamente no se le entendía. Entonces subía cada rato y gritaba un montón de cosas y se volvía a ir. Cuando le dábamos la cara de interrogación nos hacía señas con la mano, como diciendo “ustedes no, ya casi”. Al final el bus salió como con una hora de retraso, después de que muchos de los pasajeros se quejaran por la demora.

Esta fué mi primera vez viajando en Volvo AC, es decir, bus de lujo con aire acondicionado, silla reclinable y cobijita para la noche. Muy cómodo, si, pero creo que el señor conductor no dejo de pitar en toda la noche, y cada vez que había una parada pegaba unos alaridos que nos dejaban pegados al techo.

Llegamos a Pondi a las 6.30 am, y de una vez en la estación de buses nos dejamos tumbar del rickshaw, pero también por la pereza de irnos con esas maletas tan grandes en un bus local.

Con un poco de dificultad encontramos el Guest house que Carito nos había negociado previamente. International Guest House o American Pavilion. Esta comunidad recibe voluntarios e investigadores. Entonces la gente que viene allí, se queda por períodos largos de tiempo, y destina entre 3 y 6 horas diarias a trabajar voluntariamente en algún proyecto de Auroville, lo cual le permite ahorrarse cerca del 50% de la tarifa de la habitación y obtener también un descuento en el valor de la alimentación en la cocina solar.

American Pavillion

El American Pavilion es una comunidad que existe desde hace como veinte años, y las primeras habitaciones construídas son en bloque de adobe. Todas resguardadas por una estructura enorme circular. Detrás de estas habitaciones, construyeron una casa con materiales reciclados, que no está muy lejana de la casa de mis sueños. Tres pisos conectados por escaleras de caracol, cuyas barandas estaban hechas en madera natural, y todas las paredes hechas de placas de tetrapack reciclado. Las habitaciones son justo del tamaño para tener la cama y un mueble para guardar las cosas personales. Afuera de las habitaciones hay espacios comunes que quedan cubiertos pero al aire libre. Y lo mejor de todo, es el altillo, un espacio con el techo a dos aguas, con ventanas a cada lado (en el techo) y sin paredes (solo barandas).


En esta casita estaba viviendo Mijin, una niña de Korea que nos ayudó a hacer todo el trámite para vivir allí los diez días, y que es amiga de mi amiga Carito Pérez, que fue la razón que me motivo a repetir Auroville esta vez.
Carito estaba siendo voluntaria en una de las comunidades de Auroville, que se llama Windara Farm, y que trabaja el tema de permacultura.

Al otro lado de las habitaciones donde nos estábamos quedando, había otra construcción en estos materiales reciclados, que tenía una semejanza muy grande con “el castillo vagabundo” de Miyazaki. Esto resultó ser la oficina del arquitecto que construyó la otra casa.



El caso es que Carito y Mijin venían a visitarnos y nos subíamos al altillo a “ver televisión”, la programación más linda de todas! Veíamos el atardecer y la luna a través de las ventanas del altillo, al son de la guitarra y la voz de Carito.


Los primeros tres días que estuvimos en Auroville, nos tocó pasarlos prácticamente encerrados en el cuarto, porque había una alerta de ciclón y los vientos y la lluvia no permitían hacer nada. Así que el primer día pedimos una moto prestada y nos fuimos a abastecernos para los días de encierro. Estábamos un poco nerviosos porque un año atrás, Auroville sufrió las consecuencias de otro ciclón que tumbo un gran porcentaje de los árboles de la región y destruyó muchas casas, pues la mayoría de casas por esta zona son cabañas, o huts, techos de paja y estructuras de madera.

Afortunadamente nos encontrábamos en un lugar donde la construcción era más firme y eso nos dio más seguridad, pero no nos protegió del agua y el frío, pues toda la parte superior del cuarto y las ventanas, era en anjeo, y el frio se colaba por todos lados.
Para colmo, venía enferma desde Bangalore, donde se me pegó un virus que me tenía con dolor muscular, tos y ganas de devolverme a Colombia. Pero bueno, durante esos tres días solo dormí, comí, ví películas y estuve en internet mientras la tormenta lo permitía.
Todos los días decían que el ciclón estaba en camino, y decían llega esta noche, que no que llega esta tarde, no, que mañana, hasta que al final, al ciclón le dio pereza seguir bajando y se devolvió para Chennai.

Cuando pasó el ciclón ya me sentía mejor, aunque la tos no me dejaba tranquila, nunca había tenido una tos tan asquerosa (de verdad). Entonces me fui para Windara a cumplir con mi parte del trato que era cocinar un par de días o ayudar en la huerta para recibir el descuento de la estadía. El primer día llegué tarde, así que solo ayudé a las niñas que estaban en la cocina. Y después solo pude cocinar dos veces. Una vez para el almuerzo y otra vez para una fiesta que hacen todos los lunes.

El fin de semana, Carito y sus amigas habían programado un viaje a Thanjavur. Una ciudad que es conocida por los templos de la dinastía Chola, que reinó desde el siglo 10mo hasta el 14vo. Como Juanda hasta el momento no había visitado ningún templo, decidimos apuntarnos a la aventura.
El caso es que alquilamos un carro, en el que íbamos Juanda, Mijin, Carito, Ana (una amiga española de Carito), un chico que trabajaba con Ana que era oriundo de Thanjavur, y Alberto, el novio de Ana, que solo vino en el carro a la devuelta.



Salimos muy temprano de Auroville y por el camino pasamos por un par de templos.
Cuando llegamos a Thanjavur, dejamos a Ana en el hotel que había reservado, y nos fuimos a buscar hotel para nosotros. La ciudad era bien desorganizada, como las ciudades de India, y el sector donde estábamos buscando habitación estaba muy feito. Pero eso pasa en las ciudades. El caso es que terminamos alquilando un cuarto familiar para los cuatro, en un hotel que se veía un poco oscuro. Pero al menos estaba decente el baño y se veía limpio.

No se qué me pasó con la comida apenas llegamos a Thanjavur. Fue como si le hubiera cogido fobia a la comida india. No me provocaba nada. En esta parte del sur, le sirven a uno en hojas de plátano, o en platos metálicos cubiertos con hoja de plátano. Lo más normal es pedir Thali, que es como el “con todo” de la región. Entonces le sirven a uno arroz basmati, y le ponen como 3 o 4 diferentes masalas, con chapati, el pan tradicional, o papadam, que es como una tortilla de harina de garbanzo frita. Es rico, pero no se si era lo enferma que me sentía que no quería comer nada. De hecho me daban hasta náuseas.
En todos los lugares, cuando se pedía el Thali, había derecho a refill, y como no había muchos extranjeros en la zona, los meseros se quedaban parados mirando, esperando para volver a servir. Además de quedarse ahí mirando fijamente como uno comía, se animaban a decirle a uno qué era lo próximo que debía comer o probar.

    Carito y Mijin




Esa tarde fuimos a visitar el templo Brihadeshwar, que es el más prominente de la ciudad. Ver el templo al atardecer fue muy lindo. Los atardeceres en la India, en general, son para quedarse boquiabierto. Luego de darle la vuelta a este templo hinduista, con todas sus deidades, las más conocidas en Occidente, como Ganesh, y otras menos conocidas y un poco más misteriosas y escalofriantes como Bhairava, llegamos a un patio donde la gente estaba sentada esperando el atardecer.


Bhairava

Había un grupo de estudiantes de colegio, y Juanda, que estaba super entusiasmado todo el viaje tomando fotos de la gente, les pidió si podía tomarse una foto con ellos, alrededor de 30 chicos y chicas, que al verlo sentarse en el pasto cerca, y al sonido de la palabra foto, corrieron en estampida a rodearlo para tomarse la fotografía. En un momento pensé que lo iban a atropellar. Fue muy chistoso todo el movimiento.
El caso es que todos  muy felices se tomaron fotos con el.



Y después conseguimos un par de amigas indias, muy lindas que estaban encantadas con Carito (y también con Juanda). Los indios son muy bonitos cuando están jovencitos. Tienen unos ojos así todos grandes y pestañas pobladas, y una piel morena muy bonita. Lo peor es que pasa como en todo lado, lo ven a uno que es blanquito y para ellos es lo máximo, pero no se dan cuenta de la belleza que tienen ellos mismos.
Claro que con el tiempo, no se si es debido a la alimentación, a factores ambientales y tal vez hasta sociales, o que cosas, la vejez no les cae tan bien.


Después de visitar el templo fuimos a comer a un hotel, supuestamente elegante (parecía que estábamos en los años 70, y que desde entonces no limpiaban el polvo), y después al hotel a descansar. También tuve que salir a buscar un remedio para la tos pues ya era un poco insoportable. Encontré un remedio ayurvédico (a base de plantas), que me saco la tos como en 3 días. No sé qué karma tenía que limpiar con todo lo que ese remedio me sacó de los pulmoncitos.

Al otro día nos levantamos tardecito, Carito y Mijin se habían ido al templo de nuevo a ver el amanecer, y nosotros con Juanda nos fuimos a buscar desayuno. Y luego probamos a visitar algunos de los sitios turísticos de la ciudad, pero la verdad es que todo estaba muy descuidado. Así que nos devolvimos al hotel.



En la tarde nos encontramos de nuevo y fuimos a visitar un museo donde había unas pinturas muy chéveres de diferentes épocas e ilustraciones de manuscritos antiguos.  Saliendo de allí  fuimos a la casa del chico local que nos acompañó en el viaje, en una parte muy humilde de la ciudad, donde nos recibió su mamá y nos atendió con maní recién tostado y chai. Conocimos un par de vecinos muy interesantes, todos muy lindos, como por ejemplo un señor que trabajaba tallando cuerpos para cítaras y veenas (instrumentos de cuerda).

Y luego de esto, tomamos camino a Auroville. Este viaje me lo sufrí completico, el aire acondicionado del carro me hacía sentir presión en el pecho, me sentía ahogada, con náuseas y dolor de cabeza. Además sentía que el paseo no había valido la pena el esfuerzo, y estaba angustiada porque cada vez me quedaba más en los rines (las tarjetas de crédito se me habían bloqueado y no me daban efectivo). Para colmo la conversación en el carro iba un poco pesada y oscura, y a eso sumándole la forma en que se maneja en India, todos mis pobres gusanos morían en cada adelantada del carro en la carretera.

Ese día llegué al guesthouse, y me puse a llorar. De verdad quería devolverme para Colombia. Pensaba porqué había ido de nuevo a India, y por qué no había planeado mejor el viaje. Toda la valentía se me había quedado quien sabe donde guardada. Afortunadamente Juanda estaba ahí para darme un poco de ánimos. Aunque creo que lo asusté un poco. Se suponía que yo era la valiente y la guía del viaje.

Pero bueno, todo se vale. Se vale ser humano a ratos y sentir cosas tristes.

Al final, todo el llanto me ayudó a sentirme mejor y al otro día comencé de nuevo con todos los ánimos.

Al regresar a Auroville, Juanda comenzó a buscar actividades que pudiera hacer con música, además de lo que ya estaba haciendo con Tiago, un portugués que vive en Windara. Pero finalmente no encontró nada y me pidió que nos moviéramos de ciudad, para conocer un poco más de India también. El caso es que el presupuesto estaba muy ajustado y yo pocas ganas tenía de moverme. Al final hicimos cuentas, y nos fuimos a la agencia de viajes a que nos organizaran la devuelta a Delhi. Por la proximidad de las fechas, y también por la temporada (Diwali) los tiquetes de tren estaban agotados hacia Delhi, desde todas las ciudades. Despues de tres horas en la agencia (por reloj), logramos un itinerario, en el que ambos íbamos a algún lugar de nuestro gusto.

Decidimos ir a Hampi, para lo cual teníamos que ir en contra de nuestra voluntad a Bangalore, y allí tomar un tren a Hospet y luego un bus. De allí iríamos a Goa por un par de días, y por la falta de opciones, tomaríamos un avión a Delhi.

En los pocos días que nos quedaron en Auroville después de esta decisión, lo único que hice fue cocinar un par de veces en Windara, y salir por las tardes a tomar café helado con Carito y Mijin en Kuilapalayam, el pueblito que queda cerca de Auroville.

La última noche que estuvimos en Auroville, Juanda dio un concierto con Tiago, el concierto por la paz, en el que tocaron un repertorio que fue mezcla de música tradicional de las costas colombianas, música brasilera, africana, entre otras. El lugar donde se presentaron fue la terraza de Svaram, un taller de instrumentos musicales, donde se investiga sobre el tema.



La fiesta se prendió. El concierto tuvo una parte muy meditativa, pero después llegó la sabrosura con la música Colombiana. Toda la gente se paró a bailar.

Y fue así como nos despedimos de Auroville, con la energía renovada y feliz. 

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