domingo, 17 de octubre de 2010

Guacamayas

Luego de descansar un rato en los termales de Güicán, salimos a la carretera a esperar el bus. Se demoró mucho así que decidimos coger el primero que pasara. Resultó ser un bus lechero, pues paró en el Cocuy y allí estuvimos como media hora. Llegamos a Guacamayas ya entrada la nochecita, y nos estaban esperando Amanda y José cerca de la parada del bus. Caminamos un par de cuadras y llegamos a la casa, donde estaba esperándonos María Elena, con mucha curiosidad.
Fue una noche muy corta, la verdad. Solo conocimos la casa, organizamos el cuarto, nos tomamos un agua de panela y a dormir se dijo.
El plan del lunes en la mañana era ir con Amanda a la vereda de Lagunillas, a enseñarle una danza a los niños de una escuela, pero la vereda quedaba montaña arriba y mis rodillas aun estaban resentidas, así que nos quedamos en la casa toda la mañana lavando la ropa, y haciendo otras cosas mas relajadas.
Guacamayas es un pueblo muy pequeño y digamos que la percepción que tengo es que todo el mundo hace todo para subsistir, es decir, todo el mundo cultiva y come en su casa, prácticamente, pues nunca vi un mercado como tal. De hecho solo tocaba atravesar la puerta del patio de ropas para conseguir un par de mazorcas, o frutas, o lechugas.
Tampoco tiene mucho enfoque hacia el turismo. Solo hay dos lugares donde se puede entrar a internet, y a medio día cierran pues es la hora de almuerzo, pero si es muy urgente, se puede golpear en la puerta y le dejan pasar a usar el computador.

Maria Elena resultó ser la nana dicharachera, la que hace comida deliciosa y al tiempo cuenta
historias de su vida, del pueblo y de todo lo que se le cruza por la cabeza. Es todo un personaje, la verdad me reí mucho oyendo todo lo que tiene para decir y como lo cuenta. Ademas es madre adoptiva de cuatro gatos y un perro. El perro se llama Coco y es solo ternura. Los gatos se llaman Lulu (la mama), Felix y Beto (los nenes) y Mono.

La hora de la comida es un espectáculo digno de admirar, no es sino que ella haga su llamado y todos corren a sus pies en una algarabía impresionante. Pero no menos bonita es la hora del consentimiento, cuando vemos llegar a Maria Elena con uno de los gatitos debajo del brazo como si fuera un pan baguette, para luego sentarse y estirar al gato sobre sus piernas, espulgarlo y masajearlo con esos dedos que al lado del gato se ven gigantes, y luego darle la vuelta al gato como si fuera un trapito, y repetir el procedimiento, y para terminar el masaje estirar el gatito como si fuera masa de melcocha, para todos los lados.

Ese día por la tarde, salimos en el carro con Amanda y Jose, a visitar la escuela del Alisal, para que los niños y la profesora vieran el fruto de su trabajo, las primeras impresiones de una cartilla sobre las plantas medicinales y aromáticas silvestres de la región, que ellos mismos redactaron y dibujaron. Todos muy emocionados de ver la cartilla, y también de ver las fotos de la salida de campo.

Al principio estaban un poco tímidos, pero cuando Michi comenzó a tomarles fotos y fue como si les hubieran dado una tonelada de azúcar, se pusieron hiperactivos, solo se reían, y saltaban y gritaban.

Luego de la visita a la escuela, pasamos a la casa de la profesora Nubia, quien está llevando a cabo el proyecto con plantas aromáticas silvestres de la región. Estuvimos un rato chismoseando el proceso en el tallercito de secado y empacado de las plantas, y luego nos invitaron tomar chocolate, con mestiza, que es una mogolla tradicional de la zona, muy rica, y carne! Casi me desmayo cuando pasé al comedor y vi que a todos nos habían servido carne. Pensé, bueeeeno, será. Pero afortunadamente Amanda es de confianza con la señora y le dijo que yo era vegetariana y no tuve que hacer el sacrificio.
De allí salimos, un poco más arriba a la vereda el Alto, donde vive una señora que se llama Margarita. La casa donde vive solía ser de la familia de Amanda, y fuimos a llevarle un encargo o algo así. Solamente con un día de estar en Guacamayas me di cuenta de dos cosas importantes de la cultura de la región. La primera es que la gente es muy MUY amable, y la segunda es que la actividad mas común es sentarse en la cocina a echar rulo. Margarita nos recibió también con un tintico, y más mestizas, y además nos encimó una cuajada gigante.
La cocina de esta casa era super tradicional. Oscuuura, con estufa de leña, las paredes todas tiznadas por el humo de quien sabe cuantos años, y del techo colgados todos los utensilios.
Apenas llegamos, el gato de la casa se me subió en las piernas y no hubo modo de bajarlo ni de que parara de ronronear en el rato que estuvimos oyendo a Margarita hablar de todos los acontecimientos de los últimos tiempos. Al final nos despedimos, y me pareció muy lindo que la señora me dijera que le había dado mucho gusto conocernos (a Michi y a mí) y que esperaba que "no se nos olvidara el camino".

Como ultima actividad del día, pasamos donde la señora Emilia, vecina de Amanda, una señora de edad, artesana y un poco humilde. Le llevamos algunas cosas que había separado Amanda de todas las donaciones que venían de Bogotá.

Al día siguiente, teníamos el compromiso de ir a la escuela de Ritanga a dar el primer taller de papel reciclado con los niños. Tenía un poco de nervios, pues hace rato que no trabajaba con niños, y menos dirigiendo una actividad. Pensé que iba a ser más complicado de lo que fue en realidad.

Nos encontramos muy temprano con la profesora Ofeni. Su esposo nos llevo hasta la entrada del camino para subir a la escuela. Caminamos cerca de 15 minutos, montaña arriba para llegar a la Escuela. Los niños fueron llegando poco a poco. Estas escuelas tienen la particularidad de tener una sola profesora, y un solo salón en el que se dictan las clases de preescolar hasta quinto de primaria. En esta escuela solo había 12 niños, repartidos en los diferentes niveles.
Fue muy bonito enseñarles a los niños a hacer papel, estaban muy interesados en el tema, y todos querían participar. Cuando llegó el recreo ya teníamos una muy buena relación, habían dejado la timidez a un lado. Nos tomamos un chocolate delicioso, con unas arepas que ni les cuento. Y luego fuimos a jugar basket como por media hora. Obviamente ganó el equipo de Michi (niños) porque cualquiera que mida mas de 1.80mt encesta facilísimo (GRRR).


Durante el almuerzo, nos sentamos con los niños a comer, y nos estuvieron cantando coplas y jugando adivinanzas.
Por la tarde les enseñamos a hacer papel maché, pero ya la atención estaba un poco dispersa, sobre todo en los chiquitos de preescolar, que eran 4, y obviamente me toco hacerles todo el trabajo, entonces se volvió una locura porque todos necesitaban ayuda al mismo tiempo. Pero en general todos los niños super pilos, super tiernos, y super atentos.

Cuando terminó la jornada escolar, nos devolvimos a pie con la profesora, por un camino antiguo que conecta la escuela con el pueblo. Ese camino es de lo mas bonito que vi en los días que estuvimos en Guacas. Tenia la energía que tienen los lugares viejos, como que siente uno que por ahi pasó gente en épocas muy remotas, y ademas tenia una vista impresionante de las montañas, y todo el camino adornado de flores y mariposas.

Cuando llegamos a la casa, conocimos a otra de las vecinas. Vicenta. Esta señora es otro personaje. Es la que cocina rico. La que cocina para los eventos del pueblo. Y también es la que mejor chismosea. Tiene una forma de contar las cosas, que ameniza cualquier conversación. Estuvo un buen rato haciendo unas zarapas (o sarapas?) en el fogón de leña, en la parte de atrás de la casa. Yo no cabía de la dicha de ver el tamaño de estas arepas, y además de la emoción de comerme este manjar en su lugar de origen.
Todos los días en Guacamayas nos íbamos a dormir a las 8 de la noche. Primero porque después de que oscurecía no había mucha luz alrededor, y todo el mundo se acostaba casi que con las gallinas. Y segundo porque, aunque no lo crean, los niños me sacaban toda la energía.

Al día siguiente, Miércoles, fuimos de nuevo al Alisal, pero esta vez, solo fuimos Michi y yo, a dar el taller de Origami. Los niños aquí también estaban super receptivos, además que ya nos conocían. Aunque otra vez estaban como tímidos. Esta es una de las escuelas con mas estudiantes, tiene 16 niños entre preescolar y quinto de primaria.
El taller estuvo super lindo. Aprendieron muchas figuras, yo aprendí nuevas formas de hacer el avión, y nos reímos un montón. Lo más entretenido de la jornada, fue jugar cielo e infierno, y sobre todo con Michi. Todos querían jugar con él, pues su cielo e infierno tenía secretos que para esa edad son prácticamente un tabú, y la reacción de los niños cada vez que el les leía el resultado de su elección, era gritar y reírse a carcajadas... Tú tienes dos novias! Tu tienes chichí! Tu tienes popó!.... Fue muy divertido.
A la hora del almuerzo todos querían sentarse con nosotros. Y estuvimos discutiendo temas importantes como "Que es más lejos, Austria o Santa María, el pueblo donde vive la mamá de una de las niñas". Luego hubo partido de fútbol, y mientras observaba el partido me dejé asesorar por Luisa, quien me decía que si no quería peinarme, como la profesora Nubia, que se veía tan elegante con su pelo cogido.

Todas las noches la hora de la comida era también la hora del cuento. Unas noches se hablaba de comida, otras noches se hablaba de animales, otras noches de brujas y maleficios, y de historias del pueblo. También escuche muchas historias sobre las épocas de la violencia, y en parte comprendí por qué Boyacá fue una de las regiones que más apoyó a Santos.

Pero lo más divertido era escuchar las historias de las brujas y el diablo. Creo nunca había estado en un lugar tan apartado, y pues es muy interesante escuchar todas estas creencias que tienen sobre el lado oscuro. Para este momento ya había llegado a la casa Tuli, la otra nana, que no era la nana dicharachera, sino la nana consentidora. Nos trataba como si fuéramos niños. Nos cuidó muchísimo. Y a la hora del cuento, no hacia nada mas que echarse la bendición cada vez que hablaban del diablo o de las brujas.
La verdad hablaba con tanta convicción cuando contaba que había visto brujas, que pasé una noche sin poder dormir de imaginarme la bruja con cuerpo de chulo y cara de gato, que producía sonidos escalofriantes, mientras rompía el techo de paja de la cocina del cuento. Pero lo más divertido de la historia, es que hace alusión a la costumbre de echar chisme en la cocina, porque dicen que las brujas se paran es sobre los techos de las cocinas para nutrirse de todo el chisme y así poder hacerle daño a sus enemigos.

El jueves, fuimos a otra escuela, Güiragón, a hacer el taller de papel reciclado, y con Michi habíamos pensado que era una buena idea dividir al grupo para concentrar la atención en las actividades. Pero tuvimos el resultado contrario, pues la actividad del papel reciclado era muy lenta, y todos se venían a ver origami mientras Michi hacía el papel solo.
No se si era cansancio nuestro, o indisposición de los niños, pero no lograba que tuvieran dos minutos de foco en la actividad. Y si a mi no me iba bien, a Michi le iba mucho peor. Tuve que recurrir a las técnicas de respiración. No solo para mí, sino para los niños, porque por un lado, hubo momentos en que quería ahorcarlos, como Homero hace con Bart a veces, y por otro lado pensé que haciéndolos respirar un poco lograba que se concentraran un poco. Y si, fue efectivo. Porque no maté a ninguno, y luego de hacerlos respirar se concentraron como 5 minutos.

Aquí también hubo partido de fútbol, con la mala suerte de que había llovido y la cancha estaba llena de lama, lo que resultó en que Michi se cayera y se raspara la cara.
No estuve presente para ver la caída, porque estaba recordando como jugar a la golosa, y descubriendo que las niñas de ahora le han puesto al juego un montón de arandelitas para hacerlos más largo. Creo que jugamos como 1 hora.

De vuelta descansamos. Ya quedaban dos días para que Michi tuviera que viajar a Venezuela a encontrar a sus hermanos. Así que el viernes decidimos salir a caminar temprano en la mañana con Amanda y Jose, hacia el Chiveche, que parecer ser una de las veredas más bonitas y tradicionales de Guacamayas, pero también una de las más lejanas (y llena de brujas). De hecho no me alcanzo el tiempo para llegar hasta allí. El plan era caminar montaña arriba hasta un lugar que se llama el volador, que es desde donde se supone que vuelan las brujas por la noche. Un rato antes de llegar, Amanda y Jose se devolvieron pues ya estaban cansados y tenían cosas que hacer. Pero nosotros subimos hasta el volador, y luego empezamos a buscar camino por la montaña para bajar y ver si podíamos llegar a la escuela de Ritanga. Caminamos un buen rato, pudimos ver el nevado desde un nuevo ángulo, nos persiguió un ovejo, y llegamos finalmente a la escuela. Estaba cerrada pero nos encontramos con algunos de los niños.

Luego fuimos al pueblo de nuevo por el camino viejo, y nos pusimos a averiguar como era lo del viaje de Michi hasta Cúcuta. Parecía que habían cerrado el camino por las lluvias, y al final tuvimos que tomar la decisión de viaje para el mismo viernes. Y fue una suerte, pues Michi viajó en la noche, y el sábado en la mañana, Guacamayas quedó incomunicado con el resto del mundo por tres días.

En los días que faltaban para volver a Bogotá, visité el ancianato, las tiendas de artesanía, el mercado del sábado en la plaza, fui al Espino a conocer la casa de Tuli, caminé mucho con Amanda, y aprendí a tejer en el telar de arco.

Tambien en esos días hice buenas migas con las nietas de la vecina Emilia, pues les regalamos un par de chaquetas muy bonitas que nos donaron aquí en Bogotá. Y cómo me di cuenta? Porque pasado un rato de la entrega, vinieron a la casa a preguntar por "la niña churquita", y como yo estaba en la cocina, no me hicieron salir, sino que me hicieron llegar un paquete, que venía calientito, con una mazorca asada y un par de envueltos.


Casi el último día, fuimos a otra escuela con Amanda y Jose, a celebrar el día de la mazorca. Esta escuela también había hecho el trabajo de una cartilla, pero esta vez con recetas tradicionales de maíz. Para comenzar la práctica, la noche anterior habíamos desgranado entre Tuli, Maria Elena, Jose y yo, no se cuantas mazorcas en tres horas. Obviamente todo esto acompañado de muchas historias y risas. Entonces para no perder la costumbre, lo primero que hicimos al llegar fue sentarnos a desgranar mas maíz.
Traté de acercarme a los niños, pero cada vez que iba por esos lados se quedaban callados. Entonces poco a poco me fui ganando su confianza. Pero mientras tanto ayude también a moler el maíz y la cuajada, y documenté los pasos para hacer los envueltos. Y también fui a caminar por ahí cerca, a tomar fotos de las mariposas, de los pájaros, y de las casas antiguas.

Ya cuando cogimos confianza, jugamos a los ladrones, y mas tarde me llevaron a la cancha de basket, y volví a mi infancia jugando al gato y al ratón, y una cantidad de juegos y rondas que me enseñaron los niños.




Fue una experiencia increíble conocer Guacamayas. Es un pueblo muy lindo, con mucho potencial turístico, pero poco conocido, con muchos lugares para conocer, mucha gente linda y amable, muchos niños hermosos. Sobre todo en esa época, con mucho maíz, con una tradición gastronómica muy rica. Me perdí el festival de la mazorca por menos de una semana, pero nunca comí tanto maíz en formas tan diferentes como en esos diez días.