Luego de una semana en Kerala, volvió Juanda al Ashram a recogerme
para ir a Auroville. Llegó sin barba, y me costó trabajo acostumbrarme, sentía que viajaba con otra persona. Definitivamente el corte de pelo afecta el comportamiento de las personas (jajaja).
Cogimos un bus local que nos llevó hasta Bangalore, y nos
dejó en la última estación de buses, desde donde nos tomó un rato encontrar la
oficina de K.P.N, pues no entendíamos donde quedaba y no había gente que
entendiera ingles en las proximidades. K.P.N. es al parecer un modelo de bus,
entonces hay una calle llena de oficinas de transporte, y todas se llaman
K.P.N. Es muy chistoso.
El caso es que para llegar allá nos toco pasar por lugares bien feitos, con mucha basura, tráfico pesado, olorosos y también un poco oscuro y solo. Juanda venía un poco estresado con el paisaje pero, afortunadamente, el lugar de donde salía el bus tenía una sala de espera. No era una sala de espera como en Colombia, o en otros lugares del mundo. De hecho se veía un poco lúgubre. Un salón en el segundo piso de un edificio viejo, con una luz bien apagada y las paredes pintadas de un verde pastel desvanecido por el tiempo y el mugre. Llegamos con buen tiempo así que nos tocó esperar más de dos horas a que llegara el bus, que además estaba retrasado. El señor que anunciaba los buses que estaban para salir hablaba poco inglés y cuando decía los nombres de los destinos, prácticamente no se le entendía. Entonces subía cada rato y gritaba un montón de cosas y se volvía a ir. Cuando le dábamos la cara de interrogación nos hacía señas con la mano, como diciendo “ustedes no, ya casi”. Al final el bus salió como con una hora de retraso, después de que muchos de los pasajeros se quejaran por la demora.
El caso es que para llegar allá nos toco pasar por lugares bien feitos, con mucha basura, tráfico pesado, olorosos y también un poco oscuro y solo. Juanda venía un poco estresado con el paisaje pero, afortunadamente, el lugar de donde salía el bus tenía una sala de espera. No era una sala de espera como en Colombia, o en otros lugares del mundo. De hecho se veía un poco lúgubre. Un salón en el segundo piso de un edificio viejo, con una luz bien apagada y las paredes pintadas de un verde pastel desvanecido por el tiempo y el mugre. Llegamos con buen tiempo así que nos tocó esperar más de dos horas a que llegara el bus, que además estaba retrasado. El señor que anunciaba los buses que estaban para salir hablaba poco inglés y cuando decía los nombres de los destinos, prácticamente no se le entendía. Entonces subía cada rato y gritaba un montón de cosas y se volvía a ir. Cuando le dábamos la cara de interrogación nos hacía señas con la mano, como diciendo “ustedes no, ya casi”. Al final el bus salió como con una hora de retraso, después de que muchos de los pasajeros se quejaran por la demora.
Esta fué mi primera vez viajando en Volvo AC, es decir, bus de
lujo con aire acondicionado, silla reclinable y cobijita para la noche. Muy
cómodo, si, pero creo que el señor conductor no dejo de pitar en toda la noche,
y cada vez que había una parada pegaba unos alaridos que nos dejaban pegados al
techo.
Llegamos a Pondi a las 6.30 am, y de una vez en la estación de
buses nos dejamos tumbar del rickshaw, pero también por la pereza de irnos con
esas maletas tan grandes en un bus local.
Con un poco de dificultad encontramos el Guest house que Carito
nos había negociado previamente. International Guest House o American Pavilion.
Esta comunidad recibe voluntarios e investigadores. Entonces la gente que viene
allí, se queda por períodos largos de tiempo, y destina entre 3 y 6 horas
diarias a trabajar voluntariamente en algún proyecto de Auroville, lo cual le
permite ahorrarse cerca del 50% de la tarifa de la habitación y obtener también
un descuento en el valor de la alimentación en la cocina solar.
El American Pavilion es una comunidad que existe desde hace como
veinte años, y las primeras habitaciones construídas son en bloque de adobe.
Todas resguardadas por una estructura enorme circular. Detrás de estas
habitaciones, construyeron una casa con materiales reciclados, que no está muy
lejana de la casa de mis sueños. Tres pisos conectados por escaleras de
caracol, cuyas barandas estaban hechas en madera natural, y todas las paredes hechas de placas de tetrapack reciclado. Las
habitaciones son justo del tamaño para tener la cama y un mueble para guardar
las cosas personales. Afuera de las habitaciones hay espacios comunes que
quedan cubiertos pero al aire libre. Y lo mejor de todo, es el altillo, un
espacio con el techo a dos aguas, con ventanas a cada lado (en el techo) y sin
paredes (solo barandas).
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En esta casita estaba viviendo Mijin, una niña de Korea que nos
ayudó a hacer todo el trámite para vivir allí los diez días, y que es amiga de
mi amiga Carito Pérez, que fue la razón que me motivo a repetir Auroville esta
vez.
Carito estaba siendo voluntaria en una de las comunidades de
Auroville, que se llama Windara Farm, y que trabaja el tema de permacultura.
Al otro lado de las habitaciones donde nos estábamos quedando,
había otra construcción en estos materiales reciclados, que tenía una semejanza
muy grande con “el castillo vagabundo” de Miyazaki. Esto resultó ser la oficina
del arquitecto que construyó la otra casa.
El caso es que Carito y Mijin venían a visitarnos y nos subíamos
al altillo a “ver televisión”, la programación más linda de todas! Veíamos el
atardecer y la luna a través de las ventanas del altillo, al son de la guitarra
y la voz de Carito.
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Los primeros tres días que estuvimos en Auroville, nos tocó
pasarlos prácticamente encerrados en el cuarto, porque había una alerta de
ciclón y los vientos y la lluvia no permitían hacer nada. Así que el primer día
pedimos una moto prestada y nos fuimos a abastecernos para los días de
encierro. Estábamos un poco nerviosos porque un año atrás, Auroville sufrió las
consecuencias de otro ciclón que tumbo un gran porcentaje de los árboles de la
región y destruyó muchas casas, pues la mayoría de casas por esta zona son
cabañas, o huts, techos de paja y estructuras de madera.
Afortunadamente nos encontrábamos en un lugar donde la
construcción era más firme y eso nos dio más seguridad, pero no nos protegió
del agua y el frío, pues toda la parte superior del cuarto y las ventanas, era
en anjeo, y el frio se colaba por todos lados.
Para colmo, venía enferma desde Bangalore, donde se me pegó un
virus que me tenía con dolor muscular, tos y ganas de devolverme a Colombia.
Pero bueno, durante esos tres días solo dormí, comí, ví películas y estuve en
internet mientras la tormenta lo permitía.
Todos los días decían que el ciclón estaba en camino, y decían
llega esta noche, que no que llega esta tarde, no, que mañana, hasta que al
final, al ciclón le dio pereza seguir bajando y se devolvió para Chennai.
Cuando pasó el ciclón ya me sentía mejor, aunque la tos no me
dejaba tranquila, nunca había tenido una tos tan asquerosa (de verdad).
Entonces me fui para Windara a cumplir con mi parte del trato que era cocinar
un par de días o ayudar en la huerta para recibir el descuento de la estadía.
El primer día llegué tarde, así que solo ayudé a las niñas que estaban en la
cocina. Y después solo pude cocinar dos veces. Una vez para el almuerzo y otra
vez para una fiesta que hacen todos los lunes.
El fin de semana, Carito y sus amigas habían programado un viaje a
Thanjavur. Una ciudad que es conocida por los templos de la dinastía Chola, que
reinó desde el siglo 10mo hasta el 14vo. Como Juanda hasta el momento no había
visitado ningún templo, decidimos apuntarnos a la aventura.
El caso es que alquilamos un carro, en el que íbamos Juanda,
Mijin, Carito, Ana (una amiga española de Carito), un chico que trabajaba con
Ana que era oriundo de Thanjavur, y Alberto, el novio de Ana, que solo vino en
el carro a la devuelta.
Salimos muy temprano de Auroville y por el camino pasamos por un
par de templos.
Cuando llegamos a Thanjavur, dejamos a Ana en el hotel que había
reservado, y nos fuimos a buscar hotel para nosotros. La ciudad era bien
desorganizada, como las ciudades de India, y el sector donde estábamos buscando
habitación estaba muy feito. Pero eso pasa en las ciudades. El caso es que
terminamos alquilando un cuarto familiar para los cuatro, en un hotel que se
veía un poco oscuro. Pero al menos estaba decente el baño y se veía limpio.
No se qué me pasó con la comida apenas llegamos a Thanjavur. Fue
como si le hubiera cogido fobia a la comida india. No me provocaba nada. En
esta parte del sur, le sirven a uno en hojas de plátano, o en platos metálicos
cubiertos con hoja de plátano. Lo más normal es pedir Thali, que es como el
“con todo” de la región. Entonces le sirven a uno arroz basmati, y le ponen
como 3 o 4 diferentes masalas, con chapati, el pan tradicional, o papadam, que
es como una tortilla de harina de garbanzo frita. Es rico, pero no se si era lo
enferma que me sentía que no quería comer nada. De hecho me daban hasta
náuseas.
En todos los lugares, cuando se pedía el Thali, había derecho a
refill, y como no había muchos extranjeros en la zona, los meseros se quedaban
parados mirando, esperando para volver a servir. Además de quedarse ahí mirando
fijamente como uno comía, se animaban a decirle a uno qué era lo próximo que
debía comer o probar.
Esa tarde fuimos a visitar el templo Brihadeshwar, que es el
más prominente de la ciudad. Ver el templo al atardecer fue muy lindo. Los
atardeceres en la India, en general, son para quedarse boquiabierto. Luego de
darle la vuelta a este templo hinduista, con todas sus deidades, las más
conocidas en Occidente, como Ganesh, y otras menos conocidas y un poco más misteriosas
y escalofriantes como Bhairava, llegamos a un patio donde la gente estaba
sentada esperando el atardecer.
Había un grupo de estudiantes de colegio, y Juanda, que estaba
super entusiasmado todo el viaje tomando fotos de la gente, les pidió si podía
tomarse una foto con ellos, alrededor de 30 chicos y chicas, que al verlo
sentarse en el pasto cerca, y al sonido de la palabra foto, corrieron en
estampida a rodearlo para tomarse la fotografía. En un momento pensé que lo
iban a atropellar. Fue muy chistoso todo el movimiento.
El caso es que todos muy
felices se tomaron fotos con el.
Y después conseguimos un par de amigas indias, muy lindas que
estaban encantadas con Carito (y también con Juanda). Los indios son muy
bonitos cuando están jovencitos. Tienen unos ojos así todos grandes y pestañas
pobladas, y una piel morena muy bonita. Lo peor es que pasa como en todo lado,
lo ven a uno que es blanquito y para ellos es lo máximo, pero no se dan cuenta
de la belleza que tienen ellos mismos.
Claro que con el tiempo, no se si es debido a la alimentación, a
factores ambientales y tal vez hasta sociales, o que cosas, la vejez no les cae
tan bien.
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Después de visitar el templo fuimos a comer a un hotel,
supuestamente elegante (parecía que estábamos en los años 70, y que desde
entonces no limpiaban el polvo), y después al hotel a descansar. También tuve
que salir a buscar un remedio para la tos pues ya era un poco insoportable.
Encontré un remedio ayurvédico (a base de plantas), que me saco la tos como en
3 días. No sé qué karma tenía que limpiar con todo lo que ese remedio me sacó
de los pulmoncitos.
Al otro día nos levantamos tardecito, Carito y Mijin se habían ido
al templo de nuevo a ver el amanecer, y nosotros con Juanda nos fuimos a buscar
desayuno. Y luego probamos a visitar algunos de los sitios turísticos de la
ciudad, pero la verdad es que todo estaba muy descuidado. Así que nos
devolvimos al hotel.
En la tarde nos encontramos de nuevo y fuimos a visitar un museo
donde había unas pinturas muy chéveres de diferentes épocas e ilustraciones de
manuscritos antiguos. Saliendo de allí fuimos a la casa del chico local que nos
acompañó en el viaje, en una parte muy humilde de la ciudad, donde nos recibió
su mamá y nos atendió con maní recién tostado y chai. Conocimos un par de
vecinos muy interesantes, todos muy lindos, como por ejemplo un señor que
trabajaba tallando cuerpos para cítaras y veenas (instrumentos de cuerda).
Y luego de esto, tomamos camino a Auroville. Este viaje me lo sufrí
completico, el aire acondicionado del carro me hacía sentir presión en el pecho,
me sentía ahogada, con náuseas y dolor de cabeza. Además sentía que el paseo no
había valido la pena el esfuerzo, y estaba angustiada porque cada vez me
quedaba más en los rines (las tarjetas de crédito se me habían bloqueado y no
me daban efectivo). Para colmo la conversación en el carro iba un poco pesada y
oscura, y a eso sumándole la forma en que se maneja en India, todos mis pobres
gusanos morían en cada adelantada del carro en la carretera.
Ese día llegué al guesthouse, y me puse a llorar. De verdad quería
devolverme para Colombia. Pensaba porqué había ido de nuevo a India, y por qué
no había planeado mejor el viaje. Toda la valentía se me había quedado quien
sabe donde guardada. Afortunadamente Juanda estaba ahí para darme un poco de
ánimos. Aunque creo que lo asusté un poco. Se suponía que yo era la valiente y
la guía del viaje.
Pero bueno, todo se vale. Se vale ser humano a ratos y sentir
cosas tristes.
Al final, todo el llanto me ayudó a sentirme mejor y al otro día
comencé de nuevo con todos los ánimos.
Al regresar a Auroville, Juanda comenzó a buscar actividades que
pudiera hacer con música, además de lo que ya estaba haciendo con Tiago, un
portugués que vive en Windara. Pero finalmente no encontró nada y me pidió que
nos moviéramos de ciudad, para conocer un poco más de India también. El caso es
que el presupuesto estaba muy ajustado y yo pocas ganas tenía de moverme. Al
final hicimos cuentas, y nos fuimos a la agencia de viajes a que nos
organizaran la devuelta a Delhi. Por la proximidad de las fechas, y también por
la temporada (Diwali) los tiquetes de tren estaban agotados hacia Delhi, desde
todas las ciudades. Despues de tres horas en la agencia (por reloj), logramos
un itinerario, en el que ambos íbamos a algún lugar de nuestro gusto.
Decidimos ir a Hampi, para lo cual teníamos que ir en contra de
nuestra voluntad a Bangalore, y allí tomar un tren a Hospet y luego un bus. De
allí iríamos a Goa por un par de días, y por la falta de opciones, tomaríamos
un avión a Delhi.
En los pocos días que nos quedaron en Auroville después de esta
decisión, lo único que hice fue cocinar un par de veces en Windara, y salir por
las tardes a tomar café helado con Carito y Mijin en Kuilapalayam, el pueblito
que queda cerca de Auroville.
La última noche que estuvimos en Auroville, Juanda dio un
concierto con Tiago, el concierto por la paz, en el que tocaron un repertorio
que fue mezcla de música tradicional de las costas colombianas, música
brasilera, africana, entre otras. El lugar donde se presentaron fue la terraza
de Svaram, un taller de instrumentos musicales, donde se investiga sobre el
tema.
La fiesta se prendió. El concierto tuvo una parte muy meditativa,
pero después llegó la sabrosura con la música Colombiana. Toda la gente se paró
a bailar.
Y fue así como nos despedimos de Auroville, con la energía
renovada y feliz.